El palacio, construido en madera, se desplazaba sobre dos raíles que partían la playa por la mitad. Gracias a la fuerza de un motor de vapor, el dispositivo trasladaba al monarca y su séquito desde la arena hasta el interior del mar, donde podían bañarse a salvo de las miradas.
Como bien explica el autor de Pruned la existencia de estas " casetas de baño"se encuadra dentro de la moral victoriana de la época, que consideraba de mal gusto bañarse en público y ser visto en bañador. En franca competencia con los balnearios, los denominados "baños de ola" se convirtieron en una moda gracias a la discreción que procuraban estas "casetas rodantes", donde las damas y caballeros de la época podían entrar y salir del agua sin perder la discreción.
Las playas más aristocráticas, como las de San Sebastián y Santander, se llenaron muy pronto de casetas, que avanzaban o retrocedían de la primera línea en función de las mareas. El donostiarra Siro Alcain cifra en 242 las casetas de baño existentes en la playa de
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