miércoles, 19 de octubre de 2011

Un ciclista al que le gustaba el mal tiempo

El otro día leyendo una artículo de la Voz de Galicia, hablaba de un ciclista Charlie Gaul el cual se crecía cuando las condiciones meteorológicas eran adversas, me parece interesante para los que nos gustan las historias épicas de ciclismo:


Charly Gaul no era un ciclista al uso. A diferencia de la mayoría disfrutaba con la lluvia y el frío, tradicionales enemigos de la bicicleta. Cuando peores eran las condiciones y la mayoría del pelotón torcía el gesto este menudo luxemburgués nacido en 1932 sacaba lo mejor de sí mismo. Nunca fue un corredor que conectase especialmente con el público por lo distante de su carácter: serio, introvertido, desagradable incluso, con pocos amigos en la profesión. Pero fue un escalador fabuloso, de los mejores de la historia, con un arrojo que le hacía único. "Es un asesino" llegó de decir de él Geminiani, uno de sus coetáneos, de los que sufrían su mayor cadencia de pedaleo, el particular "molinillo" que imponía cuando las carreteras apuntaban al cielo y Gaul no ahorraba esfuerzos en busca de la gloria.
Se le resistieron los grandes triunfos en un tiempo de ciclistas excepcionales, cargados de ambición, capaces de moverse en diferentes terrenos y de convertir un día cualquiera en una escabechina. Los cincuenta eran los años de Bobet, de Anquetil, de Bahamontes. Charly Gaul parecía un peldaño por debajo de ellos. Ganaba etapas, pero sus opciones en la general casi siempre se derrumbaban por sus desfallecimientos, casi siempre en días calurosos.
Todo eso cambió en en el Giro de 1956, en la penúltima etapa que unía Merano con el Monte Bondone después de 242 kilómetros por los Dolomitas. Había hecho calor durante casi toda la carrera. Pero aquel sábado, 8 de junio, llovía de forma intensa en la salida y hacía mucho frío. Cuatro puertos esperaban a los ciclistas y las previsiones eran horribles. Charly Gaul no tenía opción alguna de cara a la general. Marchaba en el puesto 24 a más de dieciséis minutos de Fornara que partía vestido de rosa con Maule como principal amenaza. Los ciclistas se tomaron con calma el arranque de la jornada y no tardó en comenzar a granizar sobre ellos. En el segundo puerto del día Maule, el segundo de la general, se hundió por completo con lo que el triunfo ya parecía en manos de Fornara que controlaba la carrera con su equipo. Gaul y Bahamontes se marchan del grupo en el Brocon, el penúltimo puerto del día. Comienza a nevar ligeramente y el frío empieza a ser insoportable. Hay corredores que se paran en los bares a tomar un coñac para entrar en calor o incluso Galdeano, compañero de Bahamontes, entró a pedir auxilio en la casa de un vecino y comer un plato caliente de sopa. Charly Gaul coronó el puerto por delante del toledano y se lanzó a lo que parecía un descenso casi suicida aunque después reconocería que apenas podía frenar porque en aquel momento ya no sentía los dedos de las manos. En esa bajada hacia Trento Bahamontes se cae de forma violenta y acaba el día en un hospital cercano donde el diagnóstico de los médicos resulta concluyente: "agotamiento absoluto". Estuvo varios días hospitalizado.
El día no dejaba de empeorar. Los favoritos seguían reventando. Unos se iban al suelo, otros abandonaban incapaces de dar otra pedalada. Cada vez nevaba más y hacía más frío. Gaul se quedó solo en cabeza al paso por Trento. Le faltaba ascender el Bondone donde un infierno aún peor aguardaba a los ciclistas. Un manto blanco lo cubría casi todo y se registraban temperaturas de varios grados bajo cero. 
Las diferencias empezaban a ser abismales y por primera vez al luxemburgués le comunican que puede ganar el Giro de Italia, que sus rivales no pueden con aquel frío. Gaul aprieta los dientes, pero a falta de siete kilómetros sufre un importante desfallecimiento. Baja el ritmo, trata de coger algo de temperatura con la bebida caliente, resiste. Por detrás Fornara, el líder, se baja de la bicicleta. Parece un espectro. Unos kilómetros por delante Gaul, después de nueve interminables horas sobre la bicicleta, entra en la meta medio inconsciente, desnortado, sin saber dónde está, incapaz de recordar casi nada de la ascensión a Bondone. Se lo llevan en brazos hacia un lugar donde pueda tomar un chocolate caliente y recuperar algo de temperatura. Acaba de ganar su primera gran vuelta, nace el mito del "Ángel de la lluvia". Fantini llega a ocho minutos, Magni a más de doce con lo que Gaul se convierte en líder con más de tres minutos sobre el segundo. Tras ellos, un rosario de corredores que parecen regresar de alguna guerra. La mitad del pelotón se retiró el día que cambió la vida de Gaul.

La heroica jornada del Bondone comenzó a construir una leyenda que vivió su segundo gran episodio en el Tour de Francia de 1958 en otro día de lluvia y viento. "Levántate soldado, hoy es tu día" le dijo su masajista aquella mañana tras despertarle en Briançon. Marchaba sexto en una general que dominaba el francés Geminiani y aunque había vivido días extraordinarios en aquella edición, como la victoria en la cronoescalada del Mont Ventoux en la que superó a Bahamontes, parecía casi descartado. Dieciséis minutos le separaban del amarillo, una eternidad, pero le alimentaba aquella lluvia. A Gaul le movía la ambición y la sed de venganza. Odiaba profundamente al francés Bobet desde que un año antes le traicionó en el Giro de Italia impidiéndole lograr su segunda maglia rosa consecutiva. El luxemburguésBobet aprovechó para atacar y robarle el tiempo necesario para ganar aquella ronda. "Le voy a abrir el vientre" gritaba en la meta el luxemburgués preso de un ataque de ira. Por eso aquella mañana lluviosa y fría de Briançon el pequeño y fibroso Charly Gaul se dirigió a Bobet en la línea de salida y le lanzó un terrible desafío: "¿Está usted preparado señor Bobet? Le voy a dar una oportunidad y le aviso de dónde voy a atacar. Será en la subida a Luitel. ¿Quiere ganar el Tour más que yo? Pues creo que ya sabe todo lo que necesita".
Gaul cumplió su palabra. Bajo un aguacero constante el pelotón pasó Lautaret y comenzó a ascender Luitel. El luxemburgués miró a Bahamontes, uno de los tipos con los que mejor conectaba, y le hizo una pregunta: "¿Vamos?". Y allá se fueron. El toledano apenas resistió unas pocas rampas. Gaul estaba en otra dimensión. Crecía bajo aquella cortina de agua y en la cima ya coronó con un minuto sobre el español y cuatro sobre el resto de favoritos. No desistió, ni lanzó una mirada atrás, ni pensó en reservar algo. Tiró como un desesperado. Pasó el puerto de Porte –donde la lluvia ya era granizo que golpeaba con fuerza su espalda–, el de Cucheron y Granier antes de lanzarse a la meta de Aix-Les-Bains donde llegó con 12 minutos de ventaja sobre Geminiani -que acusó a sus compañeros franceses de haberle traicionado-, 19 sobre Bobet y 23 sobre Anquetil y Bahamontes. No se vistió ese día de amarillo pero se quedó a solo un minuto del líder, el italiano Favero. Dos días después, en la contrarreloj de Dijon culminó su gran obra. 

Gaul añadió otro Giro a su palmarés aunque esta vez no tuvo necesidad de aliarse con el frío. Luego desapareció. Vivió como un ermitaño en una cabaña en las Ardenas alejado del mundo y fomentando la leyenda sobre su carácter sombrío. Tardó más de veinte años en abandonar su reclusión y lo hizo poco después de conocer a la que sería su tercera esposa. Apareció en el Tour de repente para enamorarse de Marco Pantani, de su forma de correr. Entonces se decidió a comprar una televisión, solo para ver en julio el Tour de Francia y añorar los días de frío y lluvia.

JUAN CARLOS ÁLVAREZ Faro de Vigo


1 comentario:

Jose Luis dijo...

¡Madre mía, qué historias! Auténtica épica.

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