EDWIN WINKELS
VILANOVA I LA GELTRÚ
Son las ocho y media de la mañana del sábado. La ciudad a estas horas aún duerme. El termómetro indica cuatro grados. En una rotonda de Vilanova i la Geltrú (Garraf), la rotonda que todo el mundo conoce como la Cotesua, nos hemos juntado más de 20 hombres, todos más o menos abrigados: para hacer casi 100 kilómetros en bicicleta hay que llevar ropa ligera. De invierno, con maillot largo y guantes, pero ligera. Ya empieza a subir el número de integrantes de la Colla dels Dissabtes que vuelven a coger la bicicleta tras unas semanas de mucho frío. Solo es eso, el tiempo, lo que les impide a veces pasarse tres, cuatro horas sobre el minúsculo sillín, atravesando comarcas, pueblos pintorescos o sosos, carreteras sinuosas y tranquilas o vías más transitadas y agobiantes, por peligrosas.
Pero esa fragilidad del ciclista ante coches y camiones no les lleva a dejar en casa su Orbea, su Pinarello, su Giant o su Specialized, casi todas ya de fibra de carbono. Ni la noticia del terrible accidente una semana antes en Balaguer, con cuatro ciclistas atropellados por un joven conductor de 19 años, dos de ellos muertos al instante. «¿Peligroso? Antes iba siempre en moto, y eso es mucho más peligroso. Aun así, depende un poco de dónde te metes. Si vamos por carreteras como estas es un placer, nada de peligro», explica el joven Álex Bernal, que ha vuelto a apuntarse tras unos meses de ausencia; acaba de ser padre de una niña, Alba. «Ve con cuidado, me dijo mi mujer».
La conversación se produce cuando circulamos por algún lugar entre Sant Quintí de Mediona y Sant Martí Sarroca, en pleno Alt Penedès. Vides a ambos lados. La escarcha que vimos en Olivella ya ha desaparecido. Pocos coches hay, y cuando nos adelantan lo hacen por el carril izquierdo, respetando esa distancia mínima de 1,5 metros a la que obliga la ley de seguridad vial y que pocos automovilistas conocen.
«Es la ventaja de ir en un grupo tan grande. Los automovilistas te ven desde lejos y están casi obligados a reducir mucho la velocidad antes de poder adelantarnos. Si vas solo, o con dos o tres, te adelantan sin frenar, rozándote casi. Me llevo unos cuantos sustos al año», cuenta Germà Puerto, que sale tres o cuatro veces por semana y corre unos 10.000 kilómetros al año.
Kilómetros que dan para todo. Para hablar, también. Una piña de ciclistas como estos se lo pasa bien. El diálogo en el grupetto es continuo, del trabajo, de la familia. Mientras, no dejan de estar atentos al tráfico, a baches o a piedras y gravilla en la carretera. «¡Coche!» es el grito más habitual. Vamos en paralelo, en parejas de dos, algo permitido por la ley, aunque nos cueste alguna pitada de un coche. Nadie comete ninguna temeridad; el ciclista de carretera es muy diferente al urbano.
Cultura del país
«Aun así, muchos automovilistas nos ven como un estorbo. Se preguntan qué hacemos aquí, ocupando su carretera. No sé si eso se puede cambiar, es la cultura del país», se lamenta Puerto. Un país donde algún conductor les grita «drogadictos». Que no es tan dañino como atropellarlos. El año pasado fallecieron 32 ciclistas en las carreteras de España; menos que los 43 del 2010 o los 54 del 2009.
Esta mañana de febrero está siendo placentera. No hay sustos; solo uno que sufro justo en la última bajada, desde el pantano de Foix hacia Vilanova, tras 89 de los 91 kilómetros que finalmente recorreremos, en casi tres horas y media, sin contar la hora del desayuno a mitad de camino, en Sant Pere de Riudebitlles. A 61 kilómetros por hora, en un descenso recto, una furgoneta frena de golpe, sin ningún motivo. La rueda trasera de la bici se desliza por el asfalto, pero no hay caída ni choque. El conductor, que vuelve a arrancar, ni se ha enterado.
Como aquel camionero que atropelló a Pere Pérez, 60 años muy vivos sobre la bici. «Iba por la nacional 340, hacia El Vendrell. Yo siempre voy muy a la derecha, incluso con un arcén tan ancho como ahí. A la derecha había un fuego, y bomberos, y no recuerdo nada más. Cinco días más tarde me desperté en la uci». Un camión se lo llevó por delante y siguió su camino. En el juicio, el chófer dijo que no se había dado cuenta. Pere volvió a subir a la bici. «No puedes ir con miedo, pero intento evitar las vías rápidas».
En la carretera siempre somos los que llevamos las de perder, como la mayoría somos conductores tengamos un poco de cuidado con este tipo de jinetes
1 comentario:
Afortunadamente los 1000ypico solemos hacer salidas por carreteras poco transitadas. Algunas creo que no están en ningún mapa, aún así siempre con el "radar" puesto
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