Pues bien leyendo un articulo que twiteo José Océano ,he descubierto algunas curiosidades sobre este atleta que aunque parezca perfecto no lo es tanto, paso a trascribir:
Al nacer, Usain Bolt pesó 4,3 kilos. Un bebé voluminoso,
como sus padres y su abuelo, un gigante de 1,95 metros. Creció como si tuviera
prisa. Fuerte, alto, fibra. Parecía perfecto... y no lo era. La zona lumbar de
su espalda se desarrolló torcida. Sin saberlo hasta tiempo después, el niño
sufría escoliosis. Estaba desnivelado; su fantástico cuerpo nació mal estibado.
Y se desequilibró. «Tengo la pierna derecha más corta que la zurda», repite
Bolt. Casi centímetro y medio de diferencia. Ahí está su talón de Aquiles. Y
por ahí han ingresado en su arquitectura física todas las lesiones que sufre.
Dicen los especialistas que Bolt no tendrá una carrera larga, que sus achaques
lumbares y de ciática acabarán con los músculos (isquios) de sus piernas y con
sus tendones. Bolt, el maravilloso Bolt que vino desde el futuro para romper
todos las plusmarcas, está cojo.
Los expertos le auguran una vida deportiva breve a causa de
sus dolencias
Y no lo supo hasta los 18 años, cuando ya era la sensación
del atletismo jamaicano. Cada vez que aumentaba la intensidad de sus sesiones
de velocidad, se rompía. Se desesperó. En su cabeza se formó una idea: entrenar
duro es igual a lesionarse. Pero Friz Coleman, su férreo entrenador, no le dejó
sestear. Más pesas, más gimnasio. El indolente Bolt aumentó su desgana: empezó
a esquivar los entrenamientos o llegar tarde. Aun así, le llevaron a unos
Juegos, los de Atenas 2004, que él no quiso nunca correr. Tenía 17 años. Hizo
el ridículo: en las series de clasificación de 200 metros notó un pinchazo y
entró al trantrán. Eliminado. La prensa jamaicana le tachó de blando, de
gallina.
Bolt se recluyó en casa. Notaba las miradas con sorna de sus
vecinos cada vez que salía. Vivió en el sofá. Hasta que cambió de entrenador.
Había oído hablar de un tal Glen Mills, el hombre que le iba a resucitar. Mills
es un alquimista. Fue capaz de coger a un velocista menudo como Kim Collins
(1,74 metros y 65 kilos) y hacerlo campeón del mundo en París 2003. Ahora,
llamaba a su puerta el caso contrario, un chaval de músculos de cristal que era
además demasiado alto (1,96 metros y 92 kilos). La velocidad era entonces coto
de tipos hipermusculados de talla media. Pittbulls. Un pívot, un galgo, no
parecía tener sitio. Mills lo buscó. Llevó a Bolt a Alemania, a la consulta de
un médico, Muller-Wolhlfahrt, que le habló por fin de su invisible cojera. Las
lesiones habían acentuado la escoliosis. Bolt estaba mal hecho. Increíble.
Aplicaba cerca de un 10 por 100 más de fuerza con la pierna larga. Tranqueaba
pese a ir a toda velocidad.
Un nuevo cuerpo
Mills y el médico germano le dieron la vuelta al cuerpo de
Bolt. El talento jamaicano se dedicó a compesar la zona débil de su físico.
Cambió sus hábitos: miles de ejercicios abdominales y lumbares para formar una
faja de músculos que protegiera su espalda. Horas y horas de estiramientos.
Toda su vida se centró en ese punto. Contruyó un nuevo cuerpo en torno a su
escoliosis. El resto ya lo tenía, vino de serie al nacer: las fibras blancas de
contracción muscular que lo convierten en una bomba y un fémur infinito. La
palanca. Es capaz de mover las piernas con la cadencia de un atleta «bajito»
(1,80) pese a medir un palmo más. Sólo había que enderezar aquella culebra que
le corría por la espina dorsal. Tres años después de aquel diagnóstico, Bolt batió
las plusmarcas de 100, 200 y 4x100 en los Juegos de Pekín 2008. El cojo
volador: en 2009 rebajó aún más la marca de 100, hasta los 9.58. Un salto
gigantesco.
Pero su caprichoso cuerpo volvió a resentirse en la
aproximación a los Juegos de Londres. La escoliosis no tiene solución. Morirá
con ella. Bolt es así. Está torcido. Por eso, los especialistas pronostican una
vida deportiva breve para el mayor talento físico que ha dado este siglo. El
más veloz del planeta es cojo. «Dios, seguramente, ha querido equilibrar las
cosas», resumió Bolt en una entrevista a «L’Equipe». John Smith, el mítico
entrenador de los grandes velocistas estadounidenses, dijo de Bolt: «Es una
anomalía de la naturaleza». Una bala tan veloz como mellada.
Articulo obtenido de ABC.es
1 comentario:
Buena entrada,Fermín. De las que hace afición, vaya.
Saludos
Joaquín
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